Hubiera pensado que el Bernat del futuro llegaría a vivir en 7 países distintos y a tener amigos de todo el mundo. Cada vez que lo pienso, recuerdo lo afortunado que soy, puesto que pertenezco a una gran minoría que puede arriesgar sin temer excesivamente a las consecuencias del error. Mi familia me regaló una educación, me proporcionó un hogar seguro y, todavía hoy, si me quedara sin recursos, me ofrecería un chaleco salvavidas con el que nadar hacia la orilla. En cualquier caso, si puedo viajar continuamente es gracias al sudor de mis variados trabajos y a mi austera concepción del gasto. Dicho de otro modo, soy autónomo al 100% (y un tacaño de la hostia). Que conste en acta.
Llegué a Bruselas ayer por la tarde, después de un año en Aarhus y dos magníficos meses veraniegos con Sara en Perugia. Como siempre, fue triste decir adiós al presente, aunque admito que vivir en Bélgica por un tiempo me entusiasma. En el marco de mis estudios, haré una pasantía en la 0rganización Unrepresented Nations and Peoples Organization, la cual lucha para dar voz a comunidades indígenas, minorías nacionales, territorios ocupados y estados no reconocidos. Suena bien, la verdad, y se ajusta plenamente a mis convicciones personales.
Cuando todavía estaba en Dinamarca, conseguí atar una habitación en Woluwe–Saint-Lambert, uno de los diecinueve municipios de la Región de Bruselas-Capital. Pago 385 euros y, francamente, la zona está bastante bien comunicada con el centro histórico. No tengo muchas ganas de tomar el metro y exponerme a un posible contagio de coronavirus, así que voy a comprar una bicicleta de quinta mano. Por ahora (crucemos los dedos), no me puedo quejar mucho, ya que la pandemia no se ha cebado ni conmigo ni con mis parientes, pero, francamente, es bastante estresante vivir con tanta cautela, especialmente cuando uno está lejos de casa y del propio sistema sanitario.
Mis cuatro compañeros de piso son todos belgas francófonos. Hubiera preferido un pelín más de diversidad cultural en casa, pero intentaré aprovechar la situación para aprender algunas nociones de francés. Todos hablan inglés muy bien y será interesante interrogarlos para descubrir cómo es la relación entre flamencos, valones y alemanes, los tres grupos étnicos y lingüísticos mayoritarios del país. Bélgica es un estado extremadamente multicultural, no solo por sus naciones históricas, sino también por la gran cantidad de extranjeros que trabajan dentro de sus fronteras, especialmente, en Bruselas, la capital de Europa. Y eso, mola.
Dentro de los límites del sentido común, trataré de hacer excursiones durante los fines de semana con el objetivo de explorar lo máximo posible. Conozco ya las ciudades más importantes de Flandes, pero, todavía no he estado en Valonia, tarea pendiente para este año. Además, me haría ilusión subir a la Signal de Botrange, la “montaña” más alta del país, de apenas 700 metros. Cambiar Dinamarca por Bélgica no me ha servido para ganar altura, ni tampoco para disfrutar de jornadas soleadas leyendo en el parque. Mucho me temo que en el país de las patatas fritas llueve tanto como en la nación de las patatas hervidas.
En cualquier caso, espero divertirme, pero sobre todo aprender. Como decía al principio, Bélgica es mi séptimo país, hito inimaginable si examino mi yo del pasado, extremadamente temeroso de cualquier cambio insignificante. De todos los lugares donde he estado, me llevo una gran valija de recuerdos, experiencias y emociones. También lecciones de vida, las cuales, para bien o para mal, me han cambiado la vida.
Salut!
What a beautiful experience
Thanks 🙂