Por desgracia, hoy termina uno de los viajes más emocionantes de mi vida, una aventura de 25 días compartida con dos amigos de verdad. Hemos visto paisajes irreales, playas de ensueño, ciudades a la vanguardia y bosques de cuento. También, hemos alimentado canguros y visitado koalas en rehabilitación. En resumen: cervezas, compinches, carretera y toda la naturaleza del mundo. Australia 2018, un sueño hecho realidad. Gracias Anna y Javi.
Australia es gigante, por lo cual recorrerla en su totalidad es más una utopía que un proyecto sensato. Escogimos explorar la costa este del país y, para ello, alquilamos una caravana en Cairns. Durante más de tres semanas, condujimos alrededor de 2.500 kilómetros dirección sur, que nos obligaron a examinar decenas de gasolineras y estaciones de servicio. Desgraciadamente, también vimos centenares de animales muertos, cuyos cadáveres otorgan una estampa un tanto macabra al paisaje.
Personalmente, me encantaron los primeros diez días de viaje, bendecidos por un ambiente tropical para nada invernal. La zona, con escondidas playas boscosas y la amenaza constante de cocodrilos juguetones, está muy poco masificada y se visita con tranquilidad. Pasamos magníficas noches acampados en la oscuridad, cocinando banquetes y matando la sed con cerveza indonesia. Por si interesa un poco, estuvimos en Cape Tribulation, Cairns, Lake Tinaroo, Mission Beach y Townsville, entre otros.
La tierra de los animales asesinos es bastante cara, sobre todo, el café, el alcohol y los alimentos. También el pan decente, sin el cual cualquier comida carece de sentido. Siempre intentábamos hacer mentalmente una rápida conversión a euros para convencernos de que, en el fondo, tampoco era para tanto. Funciona, pero el saldo bancario se precipita igual. En cualquier caso, gran parte del presupuesto se evaporó en tres excursiones: la Gran Barrera de Coral, las Islas Whitsundays y Fraser Island.
Todas ellas son paradas obligatorias, sin lugar a dudas, pero quedé especialmente fascinado con Fraser Island, la isla de arena más grande del mundo. Allí, nos bañamos en sus extraños lagos y riachuelos de agua dulce e, incluso, avistamos un dingo, una mezcla de lobo y perro salvaje originario de la zona. Tuve la mala suerte afortunada de quedar sin sitio en la parte trasera del autobús y me tocó sentarme al lado del conductor. Pude ver todos los detalles nítidamente.
A medida que íbamos bajando, las noches se hacían más frías. Yo dormía en techo del coche, en una especie de tienda de campaña plegable. Pese a que en muchas partes del país el invierno es una broma, alguna madrugada me levanté con las pestañas como un esquimal. Siempre que podíamos, dormíamos en campings gratuitos, pero cuando el bienestar conjunto pedía una ducha parábamos en complejos preparados.
Sin pausa pero sin prisa, seguimos hacia Arlie Beach, Agnes Waters, 1770, Rainbow Beach, Mooloolaba y Brisbane, esta última una ciudad, a mi juicio, encantadora y llena de vida. Por Internet, encontramos un santuario de canguros, donde tuvimos la oportunidad de acariciar y dar de comer a estos curiosos marsupiales. A los bandidos les encantan las patatas dulces y han sido agraciados por el ser omnipotente con la chorra de no sudar.
Me encanta acampar, que le vamos a hacer, aunque a veces la rutina de montar y desmontar la furgoneta sea un poco pesada. Es precioso y relajante viajar durmiendo en medio de la naturaleza donde la cobertura y el 4G no te distraen de las brillantes estrellas de esta parte del mundo. No tan bonito es lavarse las partes intimas en medio de la nada con agua congelada pero, al fin y al cabo, son las cosas inusuales que no hacemos normalmente las que contamos sonrientes a nuestros familiares.
El tiempo, como no, pasó derrapando y sin casi darnos cuenta ya habíamos desfilado por Byron Bay, Coffs Harbour, Port Macquaire, Nelson Bay y Newcastle. Bosques, playas infinitas, aguas cristalinas, montañas, ríos verdes, lagos, desierto, canguros, koalas y ciudades. Vimos todos los paisajes y animales que, prácticamente, uno puede ver. Porqué Australia es eso, uno de los países más diversos y bastos del mundo. No sé si podré algún dia descubrirlo todo, pero, sin ninguna duda, lo voy a intentar.
Y llegamos a Sydney, donde nos despedimos de nuestra querida furgoneta. Reservamos un Airbnb no muy lejos del centro y, la verdad, es que chapó. Pudimos movernos sin problemas por las calles principales y prescindir del costoso aunque bien organizado transporte público. Me sorprendió gratamente la ciudad, sinceramente. Soy bastante hater de las metrópolis pero creo que no es un mal lugar para vivir. Hay trabajo, juerga, oferta cultural y, sobretodo, mucha diversidad.
El viaje terminó muy bien. Tan bien que lloré, después de mucho tiempo sin hacerlo, al ver mis amigos subir al tren que iba al aeropuerto. Fue difícil decir adiós a Anna y Javi, dos de las personas más increíbles de este mundo. Solo quiero darles las gracias por el esfuerzo que han hecho por venir hasta Australia y por haberme dado la oportunidad de compartir con ellos una de las rutas más bonitas del mundo. Viajar no son solo paisajes. Son sobretodo momentos y vivencias con amigos.
Ahora toca ahorrar un poco y recuperar parte de la inversión hecha hasta la fecha. Daré más detalles en el próximo post.
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