Hola, melancolía. Esta vez estaba convencido de que iba a ser más fácil empaquetar todas mis pertinencias y abandonar la ciudad que me ha acogido prácticamente un año y medio. Sin embargo, cuando echas raíces en un lugar, cualquier despedida, por muy regular que haya sido la experiencia, duele. A partir de ahora, será duro no poder pasear más por los increíbles centros históricos del país arquitectónicamente más bello del mundo. Pero, sobre todo, será un suplicio prescindir del café italiano por la mañana, engullir cannoli siciliani por las tardes y comer pizza los domingos.
Para los menos informados, Bolonia es la capital de la región Emilia-Romaña y una de las ciudades más bonitas de Italia. Es conocida por las tagliatelle al ragù, los tortellini y la mortadella, pero también por los pórticos que protegen todo el centro de una lluvia cada vez menos frecuente.
Antes de llegar, francamente, no sabía muchas cosas sobre Bolonia, solo que era una cotizada meta Erasmus y que estaba cerca de Florencia. La realidad es que es un paraíso gastronómico y un centro estudiantil de primer nivel, con mucha más vida que algunas grandes capitales europeas.
Próximamente, escribiré un post en italiano, donde entraré en detalle (como hice con Nueva Zelanda) y contaré mi experiencia en Italia desde el primer al último día. Hoy, simplemente, voy a aprovechar la ocasión para dar las gracias a todas las personas que me han ayudado y reconocer que en este lugar del mundo se vive bastante bien. Además, nunca me han hecho sentir un extranjero, lo cual es de agradecer.
A nivel personal, estoy muy contento porqué he perfeccionado mi italiano, llegando a un nivel C2 consolidado. Hay veces que, incluso, me preguntan de que parte de Italia soy, pero tengo la sospecha de que, por el acento, mi origen es sobradamente localizable.
También he aprendido a convivir bien conmigo mismo y a descubrir que de la soledad nace la reflexión. Por suerte o por desgracia, he pasado muchas horas solo, gracias a las cuales ya no tengo la insana necesidad de estar rodeado constantemente de gente.
Por otro lado, viviendo en Bolonia, he tenido la oportunidad de visitar decenas de ciudades y pueblecitos increíbles. Los que me conocen saben que siempre he estado poseído por un amor extraño e irracional por Italia, el cual se ha acentuado durante este año y medio. Me encanta pasear por sus poblaciones y, sobre todo, escuchar los variados, y a veces incomprensibles, “dialectos” regionales.
Italia, asimismo, me ha formado culinariamente y me ha enseñado que añadir parmesano a la pasta con mejillones o almejas es un crimen imperdonable. He trabajado en un restaurante y os puedo asegurar que no solo se enfadan, sino que se ofenden profundamente. No hay quien los entienda…
Mi novia se burla cariñosamente de mí cuando le digo que me siento un poco italiano, pero es la pura verdad. He estudiado su lengua, he leído su historia y he entendido sus hábitos, replicándolos de manera natural. Mi estancia ha sido una inmersión lingüística y cultural total, ya que las veces que he podido hablar catalán o castellano las puedo contar con los dedos de una mano. Y eso es precioso, porqué entras de lleno en un mundo nuevo.
Ahora, será extraño no sentir por todos lados las quejas y protestas típicas italianas. Pero nuevas aventuras y experiencias llegaran pronto, ya que este es solo el final de una etapa, pero ni mucho menos la meta del camino que me he empeñado en recorrer.
Italia, te echaré de menos.
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